jueves, 13 de diciembre de 2012

MADRIGUERAS, LÁMPARAS E IMPERIOS

La policía australiana ha rescatado a seis viajeros perdidos en un desierto, por un error en los mapas de un teléfono de una conocida marca con nombre afrutado. Una garrafal equivocación, que ha obligado a los apesadumbrados viajeros a deambular entre serpientes y otras fieras en aquella enorme soledad, sin agua ni comida, y a arrastrar los zapatos sobre un interminable mar de arena que inmovilizaba los vehículos, buscando un polvoriento rincón con algo de cobertura telefónica que permitiera suplicar socorro. Otro colosal despiste del mismo proveedor tecnológico, que ubicó en sus mapas el río Ebro en Río de Janeiro o la Alhambra de Granada en México.

A la vez que conocíamos de estos fallos impropios de la cacharrería más avanzada, hemos leído en prensa el empeño de una comisión del Kremlin en recuperar el añejo concepto de “civilización rusa”. Aquella teoría decimonónica de Danilevsky, tan querida para autores como Spengler o Toynbee, que ahora inspira la idea de “nación unitaria”, con un poder centralista y omnímodo de naturaleza imperial,que además “asimile culturalmente” a todos aquellos que no profesen el cristianismo ortodoxo. Un recurso a rancias ideas del pasado, alumbradas hace demasiados años en el reducido perímetro de una rudimentaria lámpara de aceite. Esas desfasadas teorías que hoy pretenden legitimar peligrosas ambiciones imperiales, renovadas guerras de religión, la criminalización del diferente, o regodearse en las mágicas virtudes telúricas de una cultura basada en un idioma o en la barriga llena de alguna sustancia pringosa como el petróleo.

Estábamos convencidos de que el signo de nuestra era consistía en la superación de la muerte de Dios, tan querida para los filósofos del Siglo XIX, por la muerte de la Geografía. Pero la penosa vigencia de la vieja combinación de tecnología, territorio y vida cotidiana, o dicho de otra manera, la economía a la vieja usanza que hoy nos gobierna, nos plantea hoy un dilema ruinoso: o nos replegamos en nuestras oscuras madrigueras, o, por el contrario, nos dejamos arrullar por esos ingenuos cantos que niegan la proeza colombina y defienden interesadamente que la tierra es plana gracias a la globalización. Frente a tan fatal disyuntiva, creo que es legítimo explorar alguna realidad alternativa, esa que se resiste escondida a pesar del volumen de información más fabuloso de la historia de la humanidad al alcance de un simple click informático. Como escribe Antón Losada en su prólogo al libro de Macías Picavea Los Males de España, podemos seguir engañándonos con los mitos y leyendas, pero tarde o temprano la verdad y la realidad nos atraparán. Voy a ver si encuentro un mapa en papel y con  colorines para que me aclare donde estamos. 



Autor: Algón Editores

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